EL ESCRITOR COMPULSIVO

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El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

jueves, 26 de mayo de 2011

AMPLIACIÓN DEL RELATO DE "LA TRAGEDIA DE SANABRIA"

“Año mil novecientos cincuenta y seis, faltan unos días para que la Presa de Vega de Tera, una más de las obras faraónicas emprendidas por el Dictador Francisco Franco sea inagurada y comience su funcionamiento. Un grupo de niños y niñas de la cercana localidad de Ribadelago, acompañados por sus padres, han decidido realizar una excursión hasta la imponente y todavía inactiva Presa. En sus inmediaciones hay alambradas que impiden el paso. De repente, una niña se escapa del control de su madre y agarrando con sus manos la alambrada se pone a mirar hacia abajo, asustándose por la altura. Su madre, igualmente aterrorizada, se dirige a ella riñéndola y rogándole que vuelva a su lado. “¡María, María, ven aquí o esta noche te castigo sin cenar!”, se desgañitaba su madre. En ese instante, la niña, atenazada por el vértigo, se mareo y perdió la consciencia. Carmen cogió a su hija en brazos y se la llevo de vuelta al pueblo, mientras que sus otros dos hijos y el resto de sus amigos correteaban de un lado a otro bajo la atenta mirada de sus padres. También se había animado a participar en aquella excursión la abuela de María, Luisa, que preocupada, fue al encuentro de Carmen. “¡qué le ha pasado a mi nieta?”. “Nada, madre, no se alarme. Sólo ha tenido un mareo. Es una inconsciente, mira que le he dicho veces que me obedezca, pero esta niña es una rebelde. Voy a llevármela al pueblo. Hágame el favor, cuide de sus hermanos”.
María se despertó sobresaltada, en medio de la noche. Su madre la miro sonriente y le puso un paño húmedo en la frente para calmar la fiebre. De repente, exclamó: “¡Mama, mamá, he tenido una pesadilla! ¡Ha sido horrible! ¡Soñaba que todos moríamos ahogados!”. Carmen, creyendo que su hija María estaba delirando como consecuencia de su proceso febril, rebatió de inmediato sus palabras: “¡Pero qué dice, hija! ¡Sólo ha sido un mal sueño! Ahora voy a arroparte bien, te vas a dormir y sólo vas a tener dulves sueños”. En ese momento, noche cerrada, la puerta de la habitación de María se abrió y sus hermanos pequeños entraron corriendo uno detrás de otro. El más pequeño de la familia se atrevió a interrogar a su madre: “¡Mamá! ¿Qué le pasa a María? ¿Por qué esta tarde no se ha quedado a jugar con nosotros?”. Entonces, también entró el padre, Manuel, que se quedo sorprendido al ver tanta actividad en torno a la débil María. “¡Pero bueno, qué jaleo es este! Vosotros,...,”, dijo dirigiéndose a sus dos hijos pequeños: “¡No veis que vais a despertar a vuestra abuela con esos gritos! ¡A la cama! ¡Que María necesita descansar!”. Los dos niños, temerosos por el enfado de su padre, salieron de la habitación. Un trueno quebró la tranquilidad nocturna y, a continuación, un serpenteante relámpago, rasgó el firmamento. Gruesos gotas cayeron con intensidad sobre la tierra. María volvió a asustarse e intento buscar el amparo de su madre. “¡Aaahhh, mamá! ¡El agua, ya viene, ya viene! ¡Pronto estaremos muertos!”. Carmen, preocupada por la insólita reacción de su hija, la abrazó con fuerza. “Papá, papá, ven tu también a mi lado y dame un beso”, dijo suplicante María, dirigiéndose a Manuel. Éste se puso inmediatamente al lado opuesto de la cama en el que estaba Carmen y consiguió reconfortar a María dándole un beso en la frente. Por fin, la niña se tumbo sobre la cama y le pregunto a su madre acerca de algo que llevaba un tiempo rondándole la cabeza: “Mamá, ¿Podré ver al Caudillo dentro de tres días como prometiste?”. “Claro que sí, cariño, para entonces seguro que ya te habrás puesto bien. Ahora descansa, hija, que necesitas recuperar fuerzas”. María no tardo mucho en quedarse plácidamente dormida. Carmen apagó la vela de la mesilla y salió de la habitación acompañada de Manuel. Los dos se giraron un instante y contemplaron sonrientes cómo María había agarrado el sueño con fuerza. No obstante, antes de irse a dormir, ambos tuvieron que pasar por la habitación de sus otros dos hijos a aplacar sus ánimos, pues también el inicio de la tormenta, con una sucesión interrumpida de truenos y relámpagos, les había asustado.“¡Papá, mamá, venid! ¡Tenemos miedo de la tormenta”. Y los padres, solícitos, fueron hacia su habitación.
Tres días más tarde, el Caudillo de España por la Gracia de Dios, tal y como él mismo se proclamaba, llegó, rodeado de fuertes medidas de seguridad, a la Comarca de Sanabria y tras el preceptivo y pertinente corte de la cinta roja de inauguración, señal con la que se daba luz verde para el inicio del funcionamiento de la Presa de la Vega de Tera, se dirigió a saludar a los lugareños que le esperaban tras la alambrada. Entre ellos se encontraba en primera fila María, la hija de Manuel y Carmen. A Franco le llamó la atención aquella niña de tez pálida y rostro enfermizo, aunque pese a ello, de bellas facciones. “¡Qué niña más guapa! ¿Cómo te llamas?”, le preguntó sonriente. En ese instante, el estruendo del agua al chocar violentamente contra el suelo distrajo y asusto a María. Luego, se volvió hacia el General y le dijo: “Ha sido un error que usted haya construido esta Presa. Todos moriremos cuando el agua entre en nuestras casas”. Nada más decir esto, María comenzó a ver de forma borrosa a Franco, que le contestó: “¡Pero qué dices, niña! ¡Esta va a ser la mejor Presa que vas a conocer en tu vida! ¡Estoy seguro de que funcionará muy bien durante muchos años!”. Pero María ya no lo escuchaba, sólo los demás habitantes del pueblo, pues ella se había desmayado.
Tres años más tarde, en pleno Invierno del año mil novecientos cincuenta y nueve, María, que ya contaba con trece años, se encontraba jugando al escondite en las proximidades de la Presa, con sus hermanos y unos amigos, entre los que se hallaba su primer amor, un chico un año mayor que ella, llamado Antonio. Uno de los hermanos de María comenzó a burlarse de los desmayos y las alucinaciones que a ella le asaltaban con frecuencia. Así, se acordó del desmayo que sufrió ante el Dictador Franco. “Y fue en este sitio, según cuenta la leyenda, donde mi hermanita se desvaneció ante el jefe de todos nosotros”. Antonio salió en defensa de María, “Idiota”, dijo, “vamos, esconderos, que tu hermana y yo os encontraremos enseguida”. “¡Eso habrá que verlo!”, proclamaron al unísono los dos hermanos de María. En cuanto Antonio y María comprobaron que habían dejado de ser molestados, se dieron un casto e inocente beso.
Aquella fatídica noche del nueve de Enero, estalló una fuerte tormenta que reventó la Presa de la Vega de Tera. La avalancha de agua, rocas y troncos de árboles llegó en trompa hasta el pueblo de Ribadelago. Carmen, alarmada por el ensordecedor estruendo, despertó a codazos a Manuel. Éste, somnoliento, replicó con desgana a su esposa. “¡Qué ocurre, Carmen. ¿Por qué me despiertas?”. “¿Qué ruido es ese, Manuel? ¡Dios mío, María ha tenido razón durante todos estos años y no la hemos querido escuchar! ¡Son las aguas de la Presa que se ha roto! ¡Rápido, no hay tiempo que perder! ¡Vayamos a por los niños!”. Ambos salieron, horrorizados, de su habitación y se precipitaron sobre las habitaciones de sus hijos. Manuel entró en la habitación de sus hijos llamándoles a gritos, mientras que Carmen hacía lo propio con su hija. Manuel estaba fuera de sí: “¡Hijos, vamos, hay que salir de casa!”. Uno de ellos, el mayor, respondió a su padre: “¡Qué pasa, papá? ¿Qué ruido es ese?”. “¡Ahora no es momento de preguntas! ¡Vamos, venid conmigo!”. Por su parte, Carmen se quedo boquiabierta cuando vio a su hija sentada tranquilamente sobre su cama. “¡Lo ves, mamá! ¡Ya te lo dije! ¡Ya os lo avise! ¡Todos vamos a morir ahogados!”. Carmen, invadida por una gran perturbación, sacó a su hija de la habitación, al tiempo que le gritaba muy alterada: “¡Eso no va a suceder, me entiendes!”. Manuel y Carmen , así como la abuela Luisa, se juntaron con sus tres hijos en el pasillo. “Pero, ¿Qué está pasando?”, preguntó legañosa y confundida la abuela. En el exterior, las embravecidas aguas se habían apoderado del pueblo. Entonces, Manuel señaló a su familia el camino a seguir, para salvarse de la inundación. “¡Deprisa, hay que alcanzar la buhardilla! ¡Allí estaremos a salvo!”. Pero ya era demasiado tarde, cuando estaban subiendo las escaleras, la puerta principal de la casa fue derribada y el agua penetró en la vivienda. Manuel es giró e hizo ademán de proteger a su familia, pero todos ellos no tardaron en ser engullidos por aquel siniestro y tempestuoso oleaje.
Al día siguiente de la catástrofe que había sacudido a los habitantes de Ribadelago, los guardias civiles de los cuarteles de la Comarca, así como improvisados equipos de salvamento se afanaban en ayuda de los supervivientes y sacar el mayor número de cadáveres de las profundidades del Lago. Uno de los chicos que se habían salvado milagrosamente de la inundación era Antonio, el novio de María, que con la mirada totalmente perdida, observaba cómo el equipo de submarinistas desplazados a la zona conseguían liberar de las fauces lacustres a varios cadáveres. Pero cuando los muertos pasaron por delante de él, Antonio se quedo tan blanco como el mármol. Aquellos rostros inertes eran, desgraciadamente para él, muy familiares, se trataba de María y su familia, de sus padres, de sus hermanos, de su abuela y de ella. Sí, lo tuvo que asumir con una entereza nada fácil, allí estaba la chica con la que se había prodigado sus primeros besos y caricias, sin un halo de vida. No pudo soportarlo más y se puso a llorar de forma desconsolada. “¡María, no, no puedes ser tu!”, exclamó. Uno de los guardias civiles que estaba a su lado, conmovido ante la reacción del chico, no pudo evitar interesarse por él. “¿Conocías a esta chica?”, le preguntó. “Sí, claro que la conocía”, contestó Antonio con las lágrimas resbalando por sus mejillas. “¡Era mi novia! ¡Hace unos días nos habíamos prometido amor eterno!”. El guardia civil adoptó un papel paternalista: “¡Vaya, chico! ¡Vamos, no llores! ¡Ya eres un hombre y los hombres no lloran! ¡Se crecen ante las dificultades! Estoy seguro que volverás a tener novia y volverás a ser feliz”.
Aquella misma tarde, se celebró, con un cura venido de una localidad cercana, pues el representante de la Iglesia en Ribadelago había muerto, una improvisada misa de funeral. A su finalización, los cadáveres recuperados de las aguas del Lago fueron cristianamente enterrados en un también improvisado cementerio, pues no había quedado piedra sobre piedra del camposanto del pueblo. El guardia civil se volvió a interesar por Antonio: “Chico, ¿Has buscado a tus padres?”, le preguntó. “No hace que les busque, están muertos y han sido enterrados con María y su familia”, respondió el chico con extrema frialdad. “Yo ya no tengo nada que hacer aquí”, prosiguió. “Voy a coger el primer autobús que salga para Zamora. Cuando llegué allí me buscaré la vida como pueda, me haré aprendiz y ganaré dinero para sobrevivir”. “¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?”, le preguntó el guardia civil. Por toda respuesta, Antonio negó rotundamente con la cabeza. El guardia civil desistió en su ofrecimiento. “Que tengas
Buena suerte, chico”, le deseo muy serio. Antonio cogió el hatillo en el que había metido en un ovillo todas sus ropas y pertenencias personales que se habían salvado de la inundación y, momentos más tarde, desapareció del campo de visión del guardia civil. Éste, se aprestó a seguir colaborando con sus compañeros para paliar los sufrimientos de los supervivientes de la tragedia. Aquellas desoladoras y rudimentarias cruces de madera bajo las que yacían enteradas María, su familia y la familia de Antonio, junto a otros habitantes de Ribadelago, permaneció en el tiempo como el testimonio más terrible de aquel inolvidable desastre natural".

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