EL ESCRITOR COMPULSIVO

EL ESCRITOR COMPULSIVO
El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

domingo, 30 de octubre de 2011

RELATO AUMENTADO DE "LA CALABAZA ANDANTE"

Aquella tarde la había pasado en el cementerio con sus progenitores limpiando los nichos para que a la mañana siguiente, día de todos los santos, todo estuviese en orden. Alberto, a pesar de contar con ocho años y de ser un miedica, quería deshacerse de ese tópico que le acompañaba siempre. Después de haber pasado toda la tarde en el campo santo, se sentía alterado y en cualquier sombra encontraba la señal inequívoca del miedo. Aprovechando que sus padres estaban tomando el fresco con los vecinos pues, extrañamente para esas fechas, la noche era apacible y falta de frío. En lugar de ir a su habitación prefiere la de sus padres por ser más luminosa. En la tele pasan una historia de dibujos animados y por un momento logra apartar de su mente el recelo. Escucha como dan las doce campanadas en el reloj de la iglesia y se sobresalta. La puerta de la habitación chirría y se mueve casi imperceptiblemente. La puerta sigue abriéndose hasta que Alberto puede contemplar con nitidez la oscuridad del pasillo. Empieza a temblar de forma compulsiva, como si estuviera sufriendo un ataque epiléptico. Un sudor frío se ha apoderado de él. Aterrorizado hasta la médula, se pone a gritar: “¡Mamá, papá! ¿Sois vosotros? ¿Hay alguien ahí?”. Nadie responde. Alberto enciende la lámpara de la mesilla de noche, se levanta, coge un abre cartas del escritorio y se calza las zapatillas, aventurándose por el pasillo. Casi le da un vuelco el corazón al ver que la puerta principal esta abierta y alguien, con una calabaza en la cabeza le observa. El intruso ríe y luego desaparece. Alberto se arma de valor. Piensa que es un chico que con la complicidad de sus padres, estaba gastándole una broma. Corre para perseguir al intruso, pero cuando sale al pórtico, no hay ni rastro del bromista. Una risotada surge proveniente de la panera y Alberto reemprende la caza de la calabaza. En sus pensamientos claramente se refleja que esta es la oportunidad para deshacerse del apelativo de miedica. Sin embargo, cuando enciende la luz de aquella dependencia de la casa, un silencio sepulcral se apodera de la noche. Transcurren unos tensos instantes que se le hacen eternos. De nuevo las risas rompen la quietud nocturna. El intruso se ha ocultado en el garaje. Alberto corre decidido hasta allí y descubre que la puerta también esta abierta. Alza la mirada hacia el horizonte y gracias a la luz de la luna llena, vislumbra a la calabaza corriendo por el sendero que parte en dos la tierra anexa a la casa. Reanuda la persecución. Llega hasta el pozo que suministraba el riego a un huerto y avanza hasta un nogal cercano. En ese instante, un coro de risas lo asusta. Alberto sujeta con fuerza el abrecartas y gira varias veces sobre sí mismo a la vez que grita – dejadme en paz, largaos. Se siente rodeado por unas presencias amenazadoras y cuando más aturdido esta, varias calabazas surgen de la oscuridad abalanzándose sobre él. Le sujetan con fuerza tirándolo al suelo. Inmóvil ve como se acerca la calabaza que persiguió. Se para ante él y con demasiada lentitud se va quitando la calabaza de la parte alta del cuerpo. Al fin podrá saber quien es el que intenta asustarle. En los ojos de Alberto nace la desesperación al contemplar que debajo de la clavaza va apareciendo otra igual, pero más pequeña con la salvedad de que en su boca hay unos afilados dientes. Nota la saliva de esa boca que golpea su pecho quemándole la ropa y dejando su carne al aire. Siente como los dientes penetran en su carne. Sus gritos poco a poco se van convirtiendo en susurros. Sobre la ensangrentada tierra, quedan los restos del festín de Halloween. 

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