EL ESCRITOR COMPULSIVO

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El gran Gustavo Adolfo Bécquer

EL ESCRITOR COMPULSIVO

El escritor compulsivo soy yo, Alberto Bellido y este es un blog dedicado a mi mayor afición, a mi mayor pasión: El cine, el séptimo arte.

En el blog los visitantes podrán leer y comentar diversos artículos así como guiones de todos los géneros redactados por mí y sus memorias de realización, es decir, las diferentes intenciones que me guiaron en el momento de crear cada historia.

Espero que todos disfrutéis con mi blog.

Un afectuoso saludo.

lunes, 3 de octubre de 2011

RELATO DE "EL ÚLTIMO VAMPIRO"

Navidad del año dos mil tres. Poblado de Moratino de Sus, Rumanía. Es Nochebuena, pero los miembros de una familia no tienen tiempo para celebraciones. En su habitación, un anciano llamado Petre Toma está agonizando en medio de terribles dolores que aquejan a su maltrecho cuerpo. Su hijo Gheorghe vierte vodka en un vaso. Pretende que su padre se lo tome para mitigar sus dolores y con el fin de que el transito que va a realizar hacia la otra vida le resulte y sea lo más llevadero posible. Mientras, la nuera de Petre, Mirela Marinescu, le hace una seña al anciano para que le deje mullir su almohada. Petre asiente y, acto seguido, consigue incorporarse a duras penas. Las sábanas de la cama del afligido enfermo están húmedas, empapadas por el sudor que desprende su cuerpo. La fiebre que padece parece haber llegado a un punto de no retorno. Gheroghe le a su padre Petre el baso de vodka y éste se lo bebe de un trago. Instantes más tarde, el rostro de Petre adquiere una tonalidad cenicienta, su cuerpo se queda rígido y, finalmente, después de varios estertores, expira.
Gheorghe, anegado por las lágrimas, comienza a maldecir por el fallecimiento de su padre mientras que Mirela, también muy afectada, sale dando voces de la habitación. Y no tarda mucho en volver, acompañado por varias mujeres, vecinas y plañideras, con el fin de velar el cadáver. Gheorghe sale de la habitación y las mujeres empiezan a entonar rápidos e interminables rezos y letanías. Prácticamente, todo el pueblo estaba presente en el entierro de Petre Toma, puesto que éste, en vida, fue un personaje muy popular y singular. Algunos vecinos dieron el pésame a los parientes y familiares del difunto. En un rincón se apostaba el grupo de MUJERES plañideras, que seguían ejecutando su papel a la perfección.
Esa misma noche, Mirela cayó enferma. En plena madrugada se despertó sobresaltado y su marido Gheorghe no logró comprender qué era lo que le pasaba. De su cuerpo se apoderaron varios temblores compulsivos y, de repente, vomitó sobre la cama. Gheorghe intentó calmarla y le toco la frente, percatándose de que un sudor frío recorría el cuerpo de Mirela. Gheorghe, visiblemente alterado y confundido, manifestó su inquietud y extrañeza por el mal que aquejaba a su mujer Mirela en voz alta: “¿Qué puedo hacer contigo, Mirela? ¿Quieres que te traiga una infusión?”, preguntó. “No”, respondió ella. “Tan sólo quiero que me traigas un poco de agua, por favor”, contestó suplicante ella. Tras aquella tortuosa noche, rayando el alba, Gheorghe salió de su casa. Iba en búsqueda del médico del pueblo y, cuando ambos retornaron a la casa de la familia Toma, Mirela estaba durmiendo plácidamente. El médico le tocó la frente y no tardo en sonreírle a Gheorghe. “¡Bah, no te preocupes, Gheorghe! ¡Tú mujer sólo tiene una fiebre pasajera! ¡Estoy seguro de que se le pasará con unos días de reposo! ¡Abrígate bien y dale agua cuando te lo pida!”. Después, el medico le dio una palmada en la espalda, para que Gheorghe dejará estar tan tenso.
Sin embargo, a la noche siguiente, Mirela volvió a sentirse incómoda. No paraba de dar vueltas en la cama, mientras que Gheorghe estaba profundamente dormido. La confusión manifestada por Mirela resultaba indescriptible. Se encontraba sumergida en un inquietante estado de duermevela. Estaba siendo víctima de una aterradora pesadilla. Por fin, la frontera entre el sueño y la vigilia se hizo tan difusa que acabó desvaneciéndose. Entonces, una sombra se aproximó a la cama. Alguien estaba lamiéndole la cara. Mirela abrió los ojos y, horrorizada, vio que quien estaba acechándole era su revivido suegro, Petre Toma, que la observó con su cara completamente ensangrentada y una sonrisa diabólica y maquiavélica. Con el corazón a punto de estallarle, Mirela exhaló un chillido estremecedor: “¡¡¡Aaaarrrrgggg!!! ¡¡No está muerto!! ¡¡No está muerto!!”. Gheorghe se despertó asustado por los alaridos de su mujer, sin alcanzar a entender lo que le estaba ocurriendo a Mirela. Por su parte, Petre se evaporó saliendo por la chimenea de la casa. Mirela reaccionó totalmente descentrada y fuera de sí. “¡¡Gheorghe, rápido!! ¡¡Enciende una vela!! ¡¡He visto a tu padre!! ¡¡Estaba aquí, a mi lado!!”. Gheroghe sacó de su mesilla de noche una vela y una caja de cerillas y la luz se apoderó de la estancia. Al no ver a nadie más que su mujer en la habitación, Gheorghe creyó, con buena fe, que Mirela había sido una vez más, desde que la fiebre se adueño de su ser, víctima de una alucinación, de una pesadilla. Negó con la cabeza y, a continuación, exclamó: “¡Pero qué dices, Mirela, cariño! ¡Ya estás delirando otra vez! ¡Aquí no hay nadie! ¡Me entiendes, nadie! ¡Estamos solos nosotros dos! ¡No hay nadie en la habitación! ¡La puerta está cerrada! ¡Y la ventana también!”. Pero Mirela, lejos de tranquilizarse, se desquició y comenzó a temblar de manera compulsiva. “¡Te he dicho que lo he visto! ¡He visto a tu padre acariciándome, chupándome la cara mientras estaba dormida! ¡Escucha! ¡Mi abuela y mi madre me contaron que los muertos pueden dejar sus tumbas por las noches, ir a las casa de sus familiares y destrozar su salud hasta matarlos!”. Gheroghe, que ya no sabía qué es lo que hacer para calmarla, decidió ser más comprensivo con ella y ahuyentó sus temores haciéndole ver que iba a actuar de forma contundente. “¡Vale, está bien, Mirela! ¡Mañana por la noche iré con mis amigos al cementerio! ¡Y comprobaremos si es cierto que mi padre se ha convertido en un strigoi, en un vampiro. Pero estoy seguro de que todo es fruto de tu imaginación y de la fiebre que te ha hecho delirar y sufrir alucinaciones! ¡Mi padre está muerto! ¡Y bien muerto!”, concluyó Gheorghe.
Al día siguiente, ya por la noche, Gheorghe salió de su habitación tras haber sacado de uno de los cajones del armario una linterna y se dirigió al comedor. Allí se reunió con sus amigos, que eran cinco, y Mirela. Todos ellos tenían en sus manos una botella de vodka y todos las acabaron en unos pocos tragos. Gheorghe se encargó de animar y arengar los demás, para espantar el miedo que pudieran tener de enfrentarse a lo desconocido. Igualmente, los amigos de Gheorghe estaban provistos de azadones y linternas. “¡Salud, compañeros! ¡Y valor, mucho valor, pues lo vamos a necesitar!”, exclamó Gheorghe sin ningún asomo de complejos. Así, apenas unos momentos más tarde de haber las campanas de la Iglesia de Moratino las señales horarias que indicaban la llegada de la medianoche, un silencio sepulcral se adueñó del pueblo y, por tanto, de su cementerio. Dicho silencio se rompió con el estridente chirrido de la verja del camposanto de la Localidad al abrirse. Cuando los seis amigos llegaron a la altura de la tumba de Petre Toma, comenzaron a excavar sin tregua hasta que el azadón utilizado por Gheorghe chocó contra la madera del féretro. En tono solemne, Gheorghe se dirigió, triunfante, a sus amigos: “Bueno, camaradas, ahora sabremos si mi esposa dice la verdad o se está burlando de nosotros”. Gheorghe, ayudado por sus amigos, fue capaz de mover, aunque con dificultad, el ataúd. Había llegado el momento de la verdad, de saber si Petre había seguido el proceso natural de los difuntos hacia la vida eterna o, si por el contrario, se había transformado en un no muerto, en un vampiro. Gheorghe levantó cuidadosamente la tapa de la caja y sus amigos, con los ojos desorbitados, comprobaron que Petre no yacía en la misma posición en la que le habían enterrado. Estaba de costado, con el cuerpo incorrupto, y orientado hacia la derecha. Pero lo que sí dejó realmente helados a aquellos aldeanos profanadores es que Petre con el único ojo que tenía abierto, el derecho, estaba observando fijamente a Gheorghe y a sus amigos. Además, los zapatos estaban llenos de barro. Gheorghe, aterrorizado, comenzó a gritar: “¡Oh, Dios mío! ¡¡Es cierto, es un vampiro!! ¡¡Strigoi!! ¡Strigoi!!”. Y todos sus amigos, al unísono, lo secundaron, terminando por asemejarse a un coro escalofriante: “¡¡Strigoi!! ¡¡Strigoi!!”. Después, todos ellos comenzaron a correr como si les estuviera persiguiendo el mismísimo diablo, dejando los azadones y las linternas esparcidos, tirados por el césped del camposanto y la tumba abierta. Por su parte, Petre, un rato más tarde, salió del cementerio justo cuando un labrador regresaba al pueblo tras cumplir con su trabajo diario. Petre se dirigió a él de una forma despectiva y llena de maldad. De repente, una oleada de aire gélido se abatió sobre Petre y el labrador, y éste muerto de frío y de miedo al contemplar que Petre había revivido, sólo pudo replicarle, hablándole de las inclemencias metereológicas y tartamudeando. “Bu-bue-no, Señor Petre. Hace fri-frío, mucho frío esta noche, ¿Verdad?”. El labrador, al ver que Petre ya no lo estaba mirando se puso a correr como una liebre hacia su casa. “¡Yo no siento frío, nada de frío! ¡¡Más bien me arde todo el cuerpo!! ¡Jajaja! ¿Adónde vas infeliz? Bueno, ya te pillaré. ¡Sé dónde vives! ¡Jajaja!”, proclamó triunfante Petre.
Cuando Gheorghe llegó a su casa y entró en su habitación, su mujer, Mirela, estaba mucho más tranquila que la noche anterior, acostada y leyendo un libro. Pero no pudo disimular su ansiedad por saber qué era lo que había sucedido con su suegro Petre Toma: “¡Qué, Gheorghe! ¿Qué ha pasado?”. Gheorghe, aunque a duras penas, haciendo un esfuerzo titánico y sabedor del peso de la mentira, consiguió que Mirela no se volviera a alterar. “Bien, todo ha ido bien, Mirela. No debes preocuparte más. Mi padre no es ningún vampiro”. “Menos mal, Gheorghe”, replicó Mirela. “No sabes el peso que me quitas de encima. Bueno, hasta mañana”, concluyó. “Hasta mañana, que duermas bien, cariño”, repuso Gheorghe inquieto. Mirela apagó la vela de su mesilla y se dispuso a sumergirse en un confortable sueño. Por su parte, Gheorghe, preocupado, permaneció sentado en la cama durante unos minutos. Por fin, se dirigió hacia la vela de su mesilla, la apagó y se relajó. Horas más tarde, en concreto hacia las seis de la mañana, Petre volvió a acechar a la somnolienta Mirela. En un principio, se apoderó de su subconsciente, convirtiendo su plácido sueño en una agitada pesadilla. Petre, alborozado, se puso a gritar de modo desvergonzado: “¡¡Mirela, Mirela!! ¡Tu marido es un cobarde! ¡Te ha engañado, te ha mentido! ¡¡Jajaja!!”. Mirela comenzó a moverse frenéticamente, como si estuviera poseída, y espesos y gruesos goterones de sudor brotaron por su rostro. Estaba próxima a despertarse, pero Petre, una vez más, con la boca ensangrentada, se arrodilló ante ella y como aconteció la primera noche que visitará su antigua casa, se puso a lamerle la cara. Por fin, Mirela abrió los ojos y vio el maléfico rostro inmortal e incorrupto de Petre. Enseguida, Mirela pegó un chillido y comenzó a darle fuertes codazos a su marido Gheorghe. “¡¡Aaaahhhh!! ¡¡Aaaarrrrgggg!! ¡¡Gheorghe!! ¡¡Es tu padre!! ¡¡Me has engañado!!”. Gheorghe, confuso, sólo acertó a soltar dos frases inconexas: “¡Qué te pasa, Mirela! ¡¡Por todos los demonios!! ¡¡Qué te pasa!!”. Gheorghe se apresuró a coger una vela y encendió una cerilla. Después, ya tumbado sobre la cama, se puso a mover un cirio para iluminar toda la habitación, pero Petre ya había desaparecido.
A la mañana siguiente, una furiosa e indignada Mirela llamó a sus vecinas, las mujeres de los amigos de su marido Gheorghe. “¡Os podéis creer que este desgraciado que tengo por marido es un cobarde! ¡¡Sí, un cobarde y un mentiroso!! ¡No me he equivocado! ¡¡Mis temores eran fundados!! ¡Su padre se ha convertido en un strigoi! ¡¡Sí, sí, como lo oís!! ¡¡Es un vampiro!! ¡¡No puede ser, que Dios nos coja confesados!!. Las vecinas se santiguaron, secundando el gesto de Mirela, pero ésta con celeridad les dio una orden terminante. “¡Deprisa, id a buscar a vuestros maridos! ¡Ellos son igual de cobardes y mentirosos que el mío!”. Las vecinas obedecieron a Mirela y no tardaron en retornar a la casa de Gheorghe y Mirela acompañados por sus maridos. Gheorghe, que acababa de levantarse, entró en el comedor y se mostró sorprendido por aquella inesperada reunión. “¡¡Mirela!! ¿Qué significa esto?”, preguntó Gheorghe. “Significa que esta noche tus amigos y tú vais a volver al cementerio y vais a acabar de una vez por todas con ese maldito vampiro. Si tenéis que hincharos a vodka, pues lo hacéis, pero a casa no volvéis hasta que no hayáis cumplido con vuestra misión”, replicó sin miramientos Mirela. Gheorghe miro a sus amigos, pero todos agacharon la cabeza en clara muestra de sometimiento a sus temperamentales mujeres. Aún así, Gheorghe, aunque dubitativo, se atrevió a alzar la voz, pero Mirela le interrumpió, cortándole en seco. “¿Está claro o no?”. “Sí, sí, claro que sí, Mirela. No os defraudaremos”, concluyó Gheorghe. Esa misma noche, Gheorghe y sus amigos, tras penetrar de nuevo en el cementerio de Moratino, llegaron hasta la tumba abierta de Petre. Este se encontraba en la misma postura que la noche anterior. Gheorghe sacó una botella de vodka de la chaqueta y le propinó varios lingotazos, y sus amigos hicieron lo mismo. Entonces, fortalecido por el alcohol que abrasaba su cuerpo, Gheorghe agarró con fuerza una horquilla y la hundió sobre el pecho de Petre. Y tras quebrarle las costillas, le arrancó el corazón, pinchándolo después como una albóndiga. Pero el rito de eliminación del vampiro no acabó ahí, en ese instante. Gheorghe y sus amigos, con el corazón de Petre en ristre, se desplazaron hasta un cercano cruce de caminos, en el mismo cementerio, y recolectando ramas caídas de los árboles cercanos, prendieron una fogata. Luego, Gheorghe echó el órgano de Petre a las llamas. En poco tiempo, el corazón quedó carbonizado, convirtiéndose en cenizas. Para finalizar con el rito, Gheorghe espolvoreó las cenizas sobre un recipiente de agua, y tanto sus amigos como él, bebieron.
Tras aquella fatídica noche, el alma de Petre pudo descansar en paz. Así, las revueltas y procelosas relaciones entre los hombres y las mujeres de Moratino, volvieron a su cauce, y Gheorghe y Mirela también se reconciliaron. No obstante, cierta mañana, a la semana siguiente, Gheorghe estaba desayunando en el comedor, cuando alguien llamó a la puerta, y pidió a Mirela que atendiera a la visita: “¡Mirela, por favor, abre la puerta!”. Momentos más tarde, Mirela entró en el comedor y, detrás de ésta, apareció Florea, la hermana de Gheorghe, que vivía en la cercana ciudad de Craiova. Gheorghe se quedó paralizado, pues no esperaba la visita de su hermana, a la que no veía desde hacía ya muchos años. “¡Hola, hermano! ¡Qué! ¿A qué no me esperabas? ¿Qué tal está padre?”, preguntó Florea. Gheorghe, muy serio e inevitablemente triste, le confesó a Florea una noticia que no esperaba. “Padre ha muerto, Florea”, le confesó Gheorghe. Florea no se podía creer lo que su hermano le estaba diciendo y comenzó a llorar desconsoladamente, abrazándose a Gheorghe. “¡¡Qué, no puede ser!!”, exclamó. En un alarde de sinceridad, Gheorghe le confesó a Florea que su padre se había transformado en un vampiro y que no tuvieron más remedio que acabar con él. Pero Florea, lejos de comprender la explicación de su hermano Gheorghe, pasó rápidamente del llanto a la indignación y, rabiosa, le pegó un bofetón a Gheorghe. “¡¡Qué!! ¡¡Cómo has sido capaz, Gheorghe!! ¡¡Era tu padre!! ¡¡Es que no tienes corazón!! ¡¡Te demandaré!! ¡¡Acabarás con tus huesos en la cárcel!!”, amenazó Florea. Y así sucedió. Florea denunció a Gheorghe y consiguió que tanto sus amigos como él, pues las pruebas obtenidas resultaron concluyentes, fueron imputados y acusados como profanadores de tumbas.
Ya en la prisión de Craiova, cierta noche, cuando Gheorghe estaba dormido, comenzó a sentirse muy agitado en sueños, hasta que se despertó y se quedo completamente horrorizado al ver la sombría figura de su padre, dirigiéndose hacia él. Petre, el vampiro, tenía la boca ensangrentada y se abalanzó, sin asomo de piedad, sobre él. “Gheorghe, hijo mío, he venido a llevarte conmigo. ¡Jajaja!”. “¡¡No, padre, por favor!! ¡¡No!! ¡¡Aaaahhhh!!”.

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